
Las jóvenes son bienes a intercambiar entre las familias, crean un sentimiento de obligación, al sellar una relación de alianza basada en el matrimonio, y de necesaria compensación, que se ve cumplida con la entrega de otra hija en matrimonio en dirección opuesta.
La mujer es, pues, en el seno de la sociedad patriarcal y virilocal griega, un bien que circula entre familias, es el sexo que se intercambian los grupos familiares para evitar la endogamia y, sobre todo, el incesto.
La mujer griega, que había sido mantenida dentro de la casa del padre hasta el momento del matrimonio, cumpliendo las exigencias de su condición de muchacha virgen y casadera, se libera del control paterno en el mismo momento del enlace.
Pero no se trata de una liberación que le otorgase independencia y libertad sin de un traspaso del derecho del hombre sobre ella; así, el papel que antes jugaba el padre pasa ahora a ser desempeñado por el marido.
Se ve nuevamente encarcelada en el interior del hogar, guardando siempre fidelidad a su esposo, ocupada en las tareas domésticas, el parto y la educación de los hijos.
El encierro doméstico y el poder que sobre ella ejercía su cónyuge llegaba a tal extremos, que no era correcto en una buena esposa tener amigos propios, sino que debía compartir los amigos de su marido. Lo ideal era, que tras el matrimonio toda posible relación particular de la mujer fuese impedida.
Es llamativa la discrepancia de edad entre el varón y la mujer a la hora del matrimonio: las muchachas solían estar en la adolescencia temprana, sobre catorce años, mientras que los hombres rondaban los treinta. Así pues, el hombre tenía una novia sexualmente madura pero que en otros aspectos apenas había abandonado la niñez.
Las posibilidades vocacionales de la mujer eran claramente limitadas, el arreglo de la casa y la educación de los hijos. Ni siquiera en el mito encontraban los niños griegos un modelo de mujer que pudiese funcionar independientemente del hombre.
En lo que se refiere a la fidelidad, en la épica homérica prevalece claramente una doble norma. Zeus puede tener sus diversiones pero Hera no. Agamenón puede tener concubinas pero Clitemnestra debe esperar cástamente el regreso de su esposo durante diez años. Odiseo puede dormir con cuantas diosas quiera (Circe, Calipso) pero Penélope no puede pasar una sola noche con uno de sus pretendientes.
Así es como funcionaba el misógino pensamiento griego.
La mujer es, pues, en el seno de la sociedad patriarcal y virilocal griega, un bien que circula entre familias, es el sexo que se intercambian los grupos familiares para evitar la endogamia y, sobre todo, el incesto.
La mujer griega, que había sido mantenida dentro de la casa del padre hasta el momento del matrimonio, cumpliendo las exigencias de su condición de muchacha virgen y casadera, se libera del control paterno en el mismo momento del enlace.
Pero no se trata de una liberación que le otorgase independencia y libertad sin de un traspaso del derecho del hombre sobre ella; así, el papel que antes jugaba el padre pasa ahora a ser desempeñado por el marido.
Se ve nuevamente encarcelada en el interior del hogar, guardando siempre fidelidad a su esposo, ocupada en las tareas domésticas, el parto y la educación de los hijos.
El encierro doméstico y el poder que sobre ella ejercía su cónyuge llegaba a tal extremos, que no era correcto en una buena esposa tener amigos propios, sino que debía compartir los amigos de su marido. Lo ideal era, que tras el matrimonio toda posible relación particular de la mujer fuese impedida.
Es llamativa la discrepancia de edad entre el varón y la mujer a la hora del matrimonio: las muchachas solían estar en la adolescencia temprana, sobre catorce años, mientras que los hombres rondaban los treinta. Así pues, el hombre tenía una novia sexualmente madura pero que en otros aspectos apenas había abandonado la niñez.
Las posibilidades vocacionales de la mujer eran claramente limitadas, el arreglo de la casa y la educación de los hijos. Ni siquiera en el mito encontraban los niños griegos un modelo de mujer que pudiese funcionar independientemente del hombre.
En lo que se refiere a la fidelidad, en la épica homérica prevalece claramente una doble norma. Zeus puede tener sus diversiones pero Hera no. Agamenón puede tener concubinas pero Clitemnestra debe esperar cástamente el regreso de su esposo durante diez años. Odiseo puede dormir con cuantas diosas quiera (Circe, Calipso) pero Penélope no puede pasar una sola noche con uno de sus pretendientes.
Así es como funcionaba el misógino pensamiento griego.


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